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Puerto Lumbreras, en Puerto Lápice y en Málaga, tanto
daba. Ahora no. Este verano, que he tenido los dos peores
fines de semana de guardia, La Vaquilla y la Virgen de Agos-
to, miles de no aragoneses han estado en Teruel. Con pre-
ferencia, las preguntas que más he tenido que responder
han sido las referidas a la falta de validez en Teruel de las
recetas electrónicas de fuera de Aragón. Aún recuerdo que
escasos años ha, más del 3% de
las recetas dispensadas en la pro-
vincia eran para foráneos, siendo
casi el 50% en las farmacias de
algunos pueblos. Aquello pasó a
la historia.
Antes, los hijos y nietos de los
jubilados que pasan largas tem-
poradas en Teruel, venían aquí a
comerse el jamón de los abuelos,
y dejaban riqueza material y moral. Ahora, son los jubilados
quienes tienen que marchar una vez al mes, a su Barcelona
adoptiva, para retirar la medicación que el médico del pue-
blo turolense se niega a prescribirle, de manera que cada
vez reducen más su estancia en Teruel. Ello nos empo-
brece, ante la impávida mirada de nuestras autoridades,
encantadas de ahorrarse unas recetas, y perder por ello,
un montón de riqueza en sus despoblados pueblos, que
parecen importarles cada día menos.
Creo que uno de los principios fundacionales de la Unión
Europea es la libre circulación de
personas y mercancías. Dime de
qué presumes y te diré de qué
careces. Es triste que se pueda
mover mejor por esta España de
mis amores un individuo con Kilt
(escocés), que con cachirulo o
sombrero cordobés. No digamos
si lleva barba y un traje blanco
con turbante.
No me atrevo a dar una opinión
de la estructura autonómica del
estado, o mejor sí, si no acabamos con ella, ella acabará
con nosotros, como ya sucedió en las dos experiencias
republicanas de España, 1874 y 1934. Como hay perso-
nas con mayor autoridad moral que yo, humilde boticario
de provincias, voy a trasponer unas líneas del discurso de
Mario Vargas Llosa en su aceptación del Premio Nobel,
no espero convencer, solo espero que nos hagan pensar:
“La transición española de la dictadura a la democracia ha
sido una de las mejores historias de los tiempos modernos,
un ejemplo de cómo, cuando la sensatez y la racionalidad
prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectaris-
mo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan pro-
digiosos como los de las novelas del realismo mágico. La
transición española del autoritarismo a la libertad, del sub-
desarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contras-
tes económicos y desigualdades tercermundistas a un país
de clases medias, su integración
a Europa y su adopción en pocos
años de una cultura democráti-
ca, ha admirado al mundo ente-
ro y disparado la modernización
de España. Ha sido para mí una
experiencia emocionante y alec-
cionadora vivirla de muy cerca y
a ratos desde dentro. Ojalá que
los nacionalismos, plaga incura-
ble del mundo moderno y tam-
bién de España, no estropeen esta historia feliz.
Detesto toda forma de nacionalismo, ideología –o, más
bien, religión– provinciana, de corto vuelo, excluyente, que
recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno pre-
juicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo,
en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del
lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo
ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia,
como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual
del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el
nacionalismo a que América Lati-
na se haya balcanizado, ensan-
grentado en insensatas contien-
das y litigios y derrochado astro-
nómicos recursos en comprar
armas en vez de construir escue-
las, bibliotecas y hospitales.”
No hay que confundir el naciona-
lismo de orejeras y su rechazo del
“otro”, siempre semilla de violen-
cia, con el patriotismo, sentimien-
to sano y generoso, de amor a la
tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros
y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geo-
grafías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en
hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria
no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodíc-
ticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de
lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los
tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa
donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.”
Mario Vargas Llosa.
l
Sé de traslados en
ambulancia, hasta el
límite de la comunidad,
y allí, ser recogido el
enfermo en otra diferente
Es triste que se pueda
mover mejor por esta
España de mis amores un
individuo con Kit (escocés)
que con cachirulo o
sombrero codobés
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