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Mariano Giménez Zuriaga
Vicepresidente
del COF de Teruel
COF
Teruel
Fronteras y BARRERAS
os viajes en mi niñez eran preferente-
mente a la playa. Con gran alegría, la
baca cargada, y las ventanillas abier-
tas por el calor, partíamos por la vieja
carretera hacia Levante. Al llegar a la cues-
ta del Ragudo, insondables precipicios y
peligrosas curvas nos señalaban que aban-
donábamos el árido y yermo altiplano por
la fértil y feraz huerta valenciana. Un clima
seco y frío que devenía en cálido y húmedo
por gracia de la altitud. Esta era una frontera
geográfica, no había otra.
No era fácil aventurarse más lejos. El único
viaje largo que recuerdo fue uno que hici-
mos a Torremolinos, en un Renault 10, que
en recta larga alcanzaba la espeluznante
velocidad de 110 km/h. Saliendo de Teruel
un miércoles santo al amanecer, comimos
en Benidorm, y dormimos en Murcia. El jue-
ves santo, se nos hizo de noche, y medio
perdidos, nos quedamos a dormir entre
Granada y Málaga, por la mañana vimos el
mar desde el puerto del León. Mis recuer-
dos de aquel viaje son imborrables, como si
fuera hoy mismo: vi un leproso sin nariz en
Puerto Lumbreras (que nos ayudó a repa-
rar un pinchazo), y una niña extranjera sin
piernas por la Talidomida en Torremolinos.
El regreso, durmiendo en Córdoba, fue por
Puerto Lápice, como si fuéramos con San-
cho Panza.
Sin embargo, el mundo nos parecía aunque
extenso accesible. Aparte de que estudiába-
mos geografía, en aquella época, los funcio-
narios venían a Teruel destinados como ini-
cio de su carrera en la Administración, y en
clase había compañeros de casi cualquier
provincia de España. Desde un Regueiro
de Orense, a un Cardona de Gerona, y
un hijo de militar de Melilla, como lucía
la matrícula de su coche. Mantenían su
destino aquí mientras sus hijos eran
pequeños, porque en esta ciudad la
vida es mucho más sencilla de orga-
nizar, heredaban de su antecesor el
piso y la “chacha”, y cuando sus
hijos llegaban a edad universitaria, pedían
destino y se marchaban. Como resultado,
teníamos amigos por toda la geografía de
España, y nos resultaba normal jugar con
niños de cualquier parte. La riqueza humana
que aquel intercambio producía, era mara-
villosa. Después, en la Democracia, aunque
pensábamos que íbamos hacia un mundo
global, los españoles, y no solo nosotros,
nos hemos ido poniendo fronteras. Puertas
al campo que diría alguno.
Por ejemplo, nunca he entendido que ese
derecho de traslado lo perdieran miles de
funcionarios, y nadie, ni los sindicatos,
exhalara la menor queja ante el atropello.
Con gran alegría e irresponsabilidad, cual-
quier plaza que pueda merecer la pena, se
le cambia el RPT y se traslada a la capital
autonómica, en nuestro caso Zaragoza.
La carrera de funcionario, además, no exis-
te, se ha politizado la función pública, ahora
cualquier ascenso es de libre designación.
Los únicos méritos evaluados son residir en
la capital de la autonomía, y ser fiel al man-
damás de turno. Los mecanismos de ins-
pección, que antes, al depender de Madrid,
tan lejos, eran independientes y temidos,
han sido desactivados por los gobiernos de
nuestros 17 paisitos, y junto con la desa-
forada voracidad recaudatoria del fisco, es
la causa principal, me atrevo a sugerir, de
nuestra elevada tasa de corrupción.
Antes era fácil ir a un hospital de cualquier
lugar de España, si por algún motivo tenías
preferencia por él. Ahora es casi imposible
salir de tu comunidad autónoma. Sé de tras-
lados en ambulancia, hasta el límite de la
comunidad, y allí, ser recogido el enfer-
mo en otra diferente, con la demora,
el peligro, y el coste suplementario
que todo esto conlleva.
Antes, una receta médica
era válida en cualquier
lugar, en Teruel, en
Más del 3%
de las recetas
dispensadas
en la provincia
eran para
foráneos,
siendo casi
el 50% en las
farmacias
de algunos
pueblos.
Aquello pasó
a la historia
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